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Eres la chispa de felicidad número...

Querido Lector:

Querido lector:

Y es que la vida de un escritor (o en mi caso, aprendiz de este extraño oficio) gira entorno a esto. A escribir historias para que otras personas disfruten. Me alegro de conocer este mundo que pocos pueden conocer, de poder caminar por otros lugares que solo yo puedo contemplar y tocar.
Esto me encanta, porque soy yo quien decide qué pasa, cuándo pasa, por qué pasa y a quién le pasa. Gracias a esas personas que me enseñaron el mundo de los libros, a quererlos como si fueran personas, a comprender las historias que en ellos encierran.

A esos escritores que me hicieron amar el placer de escribir.


lunes, 1 de junio de 2015

¿De verdad necesitas la bendición de los demás?



Paula ha salido a correr y yo estoy aquí, sola, en nuestro pequeño pero modesto apartamento, mirando desde la terraza la playa solitaria. 
Y odio quedarme sola, porque no paro de pensar en aquella tarde, donde quedé como una tonta indecisa. Me obligo a recordar la escena (aunque esto pasó hace poco más de un año) , como si torturarme fuera un placer exquisito que practico a diario. Lo que pasa es que soy un poco masoquista. Solo eso. 

Quedé con mi amigo Álex. Tenía que enseñarme una cosa urgente (un regalo) y requería mi opinión. Como el regalo era para Lucía, su novia, no era de extrañar que etiquetase el asunto como "importante".
La triste realidad es que solo nos llevó un minuto enseñarme el regalo. Le vi sentado en uno de los bancos del parque tecleando algo en su móvil, y con una sonrisa de idiota, que ni el mismísimo Picasso podría copiar. Me senté a su lado y le di un pellizco a modo de saludo.

—¿Era necesario? — Preguntó, mientras ladeaba la cabeza mirándome. Como si mi estupidez no tuviera remedio. Y no, ya lo aclaro yo; no tiene.
—Vamos, enséñame que le has comprado a la moza.
—Pues mira — Guardó el móvil en el bolsillo de su sudadera y abrió una mochila que cogió de su lado izquierdo del banco. De ella sacó una bolsa lila, diminuta, que estaba atada con un lazo dorado. Dentro había un collar con el símbolo del Sinsajo (controlé el impulso de quitárselo y salir corriendo, que conste) luego, sacó unas entradas para un grupo que ambos adoran (y cuyo nombre no sé ni escribir ni pronunciar). Le venía de lujo porque el día del concierto, es el día que éstos empezaron a salir. Y por último, sacó sesenta pavos. Lo miré extrañada.
—¿Le vas a regalar dinero, al estilo abuela?
—No; es para su tatuaje. Hace tiempo que quiere tatuarse algo pero no tiene pasta. Entonces he pensado 'pues le regalo un tatuaje'. — Hizo una pausa y se ajustó las gafas — aunque todavía no tiene claro lo que se quiere tatuar...
—Pero me gusta la idea. Le dices que lo guarde y cuando sepa qué quiere hacerse, ahí tiene el dinero  a mano.
—Me alegro de que te guste —Sonrió y guardó las cosas de nuevo — ahora solo me importa su opinión.
—Le gustará, ya verás.


Nos levantamos y empezamos a caminar dirección a una cafetería.

—Pues...puede que yo salga con Marcos... — Le solté de repente. Él ni se inmutó. Como vi que no iba a contestarme, insistí, como si necesitase la bendición de los demás para tomar decisiones — pero me lo estoy pensando bastante.
—¿Por qué?
—Creo que no es una decisión que pueda tomar tan a la ligera. Parece que ha cambiado, que no es el mismo chico problemático y rencoroso de siempre...ya sabes la de problemas que ha dado... no sé qué hacer, sinceramente.
—Haz lo que veas más correcto, Marta. Si sientes que quieres estar con él ¿por qué no?

Rodé los ojos. Lo que de verdad quería que me dijera era algo como;

'¡No salgas con él! ¿Es que estás tonta? ¿Una chica tan alegre y llena de vida como tu, con el papanatas aquel? Marta, hay chicos mejores. Mereces algo mejor y estoy seguro al 100% de que esas dudas que tienes respecto a Marcos son fruto de una breve y tonta, pero sobre todo muy tonta, confusión temporal. Aléjate de él ahora que estás a tiempo. Te consumirá. Ya arrastras tu suficiente mierda como para aguantar sus chiquilladas ¿no crees?'



Y cuando abro los ojos vuelvo a estar en la terraza, donde antes he empezado a divagar. Donde he vuelto a revivir esa sensación de incomodidad. Es cierto, antes, necesitaba que la gente me palmease la espalda y sonriera ante mis ideas, mis decisiones.
Algo que solo es asunto mío.

Sacudo la cabeza y me levanto de la silla. Quizás dar un paseo por la orilla me relaje.

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